Actualmente se habla mucho de la capacidad de liderazgo. De la necesidad de que los directivos desarrollen determinados estilos de liderazgo para alcanzar los objetivos de la organización. Motivar al equipo, aumentar la productividad, retener el talento,… pero ¿sabemos realmente en qué consiste? ¿Qué entendemos por liderazgo?
Una de las definiciones más habituales sobre liderazgo es el conjunto de habilidades que el directivo tiene que desarrollar para poder influir en las personas que integran su equipo. Las cohesiona y motiva para que trabajen de manera eficiente para así lograr los objetivos fijados.
Desde ese punto de vista, el liderazgo es un conjunto de habilidades necesarias para dirigir a un equipo hacia la consecución de unos objetivos concretos.
Asimismo, existe un cierto consenso en dichas habilidades y en la importancia de poner el foco en las personas, promoviendo relaciones personales de calidad, fomentando la autonomía de los trabajadores, trabajando su reconocimiento y su sentimiento de pertenencia,… Por ello, términos como cohesión, motivación, actividades de team building, salario emocional,… empiezan a formar parte de la cultura y filosofía de las organizaciones.
Pero, ¿todo ello es realmente el liderazgo? ¿El liderazgo se reduce a una serie de habilidades?
Como coach, apuesto por ir más allá y definir el liderazgo como una forma de ser, pensar, sentir, relacionarse y actuar.
Por ello, cuando capacito a los directivos en liderazgo, no me limito a entrenarles en una serie de habilidades directivas. Trabajo con ellos en su propio liderazgo personal, fomentando su autoconocimiento, empoderamiento y gestión emocional. Una capacitación en liderazgo efectivo conlleva una transformación de la persona que tiene que asumir tal responsabilidad.
Ejercer de líder es una responsabilidad
Porque –no nos engañemos– inspirar, cohesionar, motivar, dirigir, gestionar, ser un referente,… son palabras muy bonitas pero que conllevan una gran responsabilidad. Estamos hablando de gestionar un grupo de personas con sus singularidades, con sus virtudes, sus fortalezas, sus miedos, sus inseguridades, sus propias opiniones y valores, sus inquietudes, sus sueños, sus motivaciones,… ¿Cómo cohesionamos a un grupo heterogéneo? ¿De qué manera motivamos a una persona que se siente insegura? ¿Qué haremos para potenciar el talento de alguien que no cree en sí mismo? ¿Debemos gestionar conflictos con personas que buscan reconocimiento negativo? De hecho, prácticamente le estamos pidiendo a un directivo que se convierta en el coach de su equipo. Y, para ello, necesita mucho más que la adquisición de habilidades sociales y emocionales.
Un directivo formado en liderazgo efectivo es una persona que se ha trabajado a sí misma. Alguien que tiene un profundo conocimiento de la condición humana, que entiende qué hay detrás de los conflictos o las dinámicas de poder, que conoce la teoría del reconocimiento y qué sucede si una persona no se siente valorada y los mecanismos que pone en funcionamiento para compensar esa falta de reconocimiento.
Estar preparado para cualquier situación
Para que el liderazgo sea realmente efectivo, es necesario ir más allá de un entrenamiento en habilidades y competencias. Como coach, al formar a un directivo, no puedes prever toda la casuística, situaciones y retos a los que tenga que dar respuesta. Al formar al futuro líder en un profundo conocimiento de sí mismo y de la condición humana, lo capacito para dar respuesta a todas las eventualidades que se le puedan presentar. Debe ser una persona autónoma, auténtica, coherente y responsable con una sólida escala de valores. Y también con una idea clara de su proyecto empresarial, de los objetivos a conseguir y de las capacidades y talentos de su equipo.
Justamente porque quiero ayudar a los directivos a ejercer el liderazgo más efectivo, les ofrezco una capacitación en liderazgo profesional que apuesta por un crecimiento personal. Para que su organización sea competente y eficiente. Para que no pierda de vista su capital más valioso: las personas que la conforman.